
Una tarde, un camino, la carrera sexta
que se empina poco a poco, un camino que se empina hacia el occidente, una
tarde, un camino que va hacia el sol que se oculta naranja; por toda la sexta,
una tarde, se cruza la sesenta, El Limonar, el costado del antiguo hospital del
Seguro Social, acabado ahora, remplazado ahora, referencia a un pérdida de
ciudad y recuerdo vivo de una corrupción embuchada; por toda la sexta, se
delinea una paulatina subida hacia el antiguo, pudiente y almizcloso barrio de
Piedrapintada, construido sobre una pequeña y aparente meseta; a un lado de la
sexta, por el camino que conduce a ese barrio, una colina supone un límite,
alto pasto, densos matorrales, corona de agua, mala metáfora para un tanque del
acueducto municipal.
Pero hay que ir a escuchar las notas y no se quiere dar el
rodeo a la colina, entonces se corta camino por las escaleras, unas escaleras
con historia tenebrosa, producto de que haya matorral a un lado y caída de
varios metros al otro. Finalizadas las escaleras, Nuestra Señora de
Chiquinquirá, pequeña y acogedora, la iglesia de Piedrapintada; se entra, se
toma asiento, bancas llenas, sacerdote que bendice con familiaridad,
funcionario que pone junto al púlpito un póster de la alcaldía, gobierno e
iglesia en la semana mayor, bienvenidos al festival de música sacra, entran las
cuerdas y el concertino afina, entran las voces y el de la batuta, un austero
grupo, unas austeras notas, la Filarmónica de Ibagué presenta el plato fuerte, Die Sieben Worte Jesu Christi am Kreuz, “Las
siete palabras de Jesucristo en la cruz”, antecesor del oratorio barroco,
textos de la biblia luterana, 1645, Heinrich Schütz; un austero grupo, un grupo
con potencial, aunque en ciertas notas pareciera haber desdén hacia la batuta,
un grupo en formación, suenan las voces en alemán luterano, aunque una que otra
se ahoga, u olvida al personaje; y el público, entre feligreses de la iglesia y
amigos de los músicos, atentos, atentos, algunos aplauden en medio de la obra y
la batuta se agita molesta, un niño se para al lado de los ejecutantes y
festivamente imita en todo grosero; la obra termina y gusta, gusta, eso dicen
varios, sublime, mística, un acercamiento a Dios, una señora se siente en mea culpa por no gustar de esa música,
pero resuelve que remplazó misa. Se espera al director y se le pregunta sobre esa
elección ¿la búsqueda de un espíritu de fraternidad?, himnos luteranos en una
iglesia católica, pero el director frunce el ceño y afirma tajantemente que lo
que se tocó fue católico, aduce unos detalles biográficos sobre el compositor
de la pieza, hace un elegante ademán de corte y da media vuelta. Hay que bajar
de la colina de las notas sacras y pensar que al público le gustó; no saber
resulta una bendición estética en esos corazones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario