viernes, 20 de junio de 2014

Y un imaginario musical III (Mediante)… La colina de las notas sacras



Una tarde, un camino, la carrera sexta que se empina poco a poco, un camino que se empina hacia el occidente, una tarde, un camino que va hacia el sol que se oculta naranja; por toda la sexta, una tarde, se cruza la sesenta, El Limonar, el costado del antiguo hospital del Seguro Social, acabado ahora, remplazado ahora, referencia a un pérdida de ciudad y recuerdo vivo de una corrupción embuchada; por toda la sexta, se delinea una paulatina subida hacia el antiguo, pudiente y almizcloso barrio de Piedrapintada, construido sobre una pequeña y aparente meseta; a un lado de la sexta, por el camino que conduce a ese barrio, una colina supone un límite, alto pasto, densos matorrales, corona de agua, mala metáfora para un tanque del acueducto municipal. 
Pero hay que ir a escuchar las notas y no se quiere dar el rodeo a la colina, entonces se corta camino por las escaleras, unas escaleras con historia tenebrosa, producto de que haya matorral a un lado y caída de varios metros al otro. Finalizadas las escaleras, Nuestra Señora de Chiquinquirá, pequeña y acogedora, la iglesia de Piedrapintada; se entra, se toma asiento, bancas llenas, sacerdote que bendice con familiaridad, funcionario que pone junto al púlpito un póster de la alcaldía, gobierno e iglesia en la semana mayor, bienvenidos al festival de música sacra, entran las cuerdas y el concertino afina, entran las voces y el de la batuta, un austero grupo, unas austeras notas, la Filarmónica de Ibagué presenta el plato fuerte, Die Sieben Worte Jesu Christi am Kreuz, “Las siete palabras de Jesucristo en la cruz”, antecesor del oratorio barroco, textos de la biblia luterana, 1645, Heinrich Schütz; un austero grupo, un grupo con potencial, aunque en ciertas notas pareciera haber desdén hacia la batuta, un grupo en formación, suenan las voces en alemán luterano, aunque una que otra se ahoga, u olvida al personaje; y el público, entre feligreses de la iglesia y amigos de los músicos, atentos, atentos, algunos aplauden en medio de la obra y la batuta se agita molesta, un niño se para al lado de los ejecutantes y festivamente imita en todo grosero; la obra termina y gusta, gusta, eso dicen varios, sublime, mística, un acercamiento a Dios, una señora se siente en mea culpa por no gustar de esa música, pero resuelve que remplazó misa. Se espera al director y se le pregunta sobre esa elección ¿la búsqueda de un espíritu de fraternidad?, himnos luteranos en una iglesia católica, pero el director frunce el ceño y afirma tajantemente que lo que se tocó fue católico, aduce unos detalles biográficos sobre el compositor de la pieza, hace un elegante ademán de corte y da media vuelta. Hay que bajar de la colina de las notas sacras y pensar que al público le gustó; no saber resulta una bendición estética en esos corazones. 
    

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