Pasando por el costado del pez, María
Auxiliadora, la iglesia de Cádiz, con su forma de proa / que emerge blanca /
con su cruz seca / del suelo verde / cargando peces / de hueso falso / tallados
fijos / a lado y lado / de la proa alta / que emerge blanca / bajo un sol
claro.
Ver Ibagué en un mapa ampliado
Aunque era de noche, la calle era clara,
familiar; la cruz no se veía sobre el cielo negro, pero el murmur-sacro de la
misa alcanzaba a llegarme; un sutil tapete de hojas bajo mis zapatos crujía y
avanzaba sobre un andén irregular cuyas lozas habían sido levantadas o agrietadas
por las raíces de los árboles; había olor a ceniza, como a tierra ahumada, como
si caminara a través de los retoques pesados de un pintor de paleta gris;
dormitaba tranquilo entre la noche y el silencio de ese barrio; el aire cálido estaba
quieto sobre la calle del costado del pez, cuando una ráfaga me dejó
despeinado.
Corrió con ganas, la ráfaga ladrona que
me había quitado una desleída gorra apestosa… corrí con ganas rasgando el aire
quieto… sin razón puse todo el empeño y la velocidad… una cuadra después las
yemas de mis dedos casi tocaban a la ráfaga ladrona… el giro en una curva y el
choque de dos cuerpos en carrera… me levanto rápido y vuelo hacia el otro
cuerpo que se intenta incorporar… una patada con ganas y sin odio, y el otro
cuerpo se estremece… otra patada que conecta mi electricidad con el cuerpo quejoso…
una tercera patada aplasta el bulto lloroso entre el caucho de mis zapatos y lo
oscuro del pavimento… unas voces emergen furibundas y le dan nombre a la masa apisonada…
reviento en vuelo por las calles negras y familiares… cuando caigo sin aire,
extrañado de mi cuerpo, ya estoy lejos, lejos del costado del pez.
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