La intimidad de la casa (IV)
La
casa de Piedrapintada
La
mirada abarca una cuadra escrupulosa que sale a la Carrera Quinta. La mirada
sigue una secuencia de casas de una planta, cuyas fachadas dibujan una austeridad
llena de pequeños detalles, una distinción de puntuales elegancias. La mirada
detalla un farolito allí, ciertas ventanas salientes allá con sombreritos
tejados, una fuentecilla en el antejardín. La mirada se mete por debajo de la
puerta de una de esas casas, allí encuentra una sala con sillones pesados y,
sentado en uno de ellos, un señor cuyos cabellos blancos relucen intensamente
en el claroscuro del lugar. La mirada se aventura por un pasillo que parece no
conocer la luz, sigue la senda oscura y no sabe cómo sale a un cuarto, donde un
niño saluda a una figura fantasmal y arrugada que sonríe. La mirada se refugia
en la boca abierta del niño, quien piensa que la cama de esa habitación es tan
alta que los que duermen allí deben vivir con miedo a caerse mientras duermen.
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