jueves, 19 de junio de 2014

Los Fantasmas del Acuario

Me habían dejado solo en el parqueadero del edificio, habían apagado la luz y se habían subido; antes me habían dicho que contara de cinco en cinco hasta cien, y de cien en cien hasta mil. Pero me habían dejado solo, y lo sabía, había escuchado sus risas. Atravesé el parqueadero en silencio, inmerso en una mezcla entre oscuridad y una luz amarilla verdosa que se filtraba de algún lado. No podía subir de inmediato, me temblaría la voz y se reirían aun más.

Allí, en un arrebato de mi sombra pequeña, pensé que la culpa la tenía mamá, era ella quien me trajo ese pantalón café de pana y esa pálida camisa de cuadros, yo quería el jean ancho y la camiseta grande con las vistosas palabras en inglés que no entendía. Mamá tenía la culpa de que yo fuera el único que tenía una camisa fajada. Y por qué el edificio se llamaba Acuario, a mí me causaba curiosidad, pero todos me miraron entre lástima y desconcierto cuando les dije que las rejas de la entrada proyectaban sombras como peces en una pecera, que aparecían y desaparecían, que se movían y nadaban en ciertas direcciones si la luz se desplazaba.

Seguramente la idea fue de Contre, seguramente les dijo que me dejaran solo, seguramente les dijo: “Dejemos a gafa solo con su pinta de ñoño para lo asusten los fantasmas”. A todos les gustan las historias que cuenta Contre sobre los fantasmas del edificio, dice que las ventanas se abren solas, que los muebles chirrían y que de noche en el parqueadero hay cosas que se escurren de las columnas y tocan a los que estacionan los carros. Seguramente la idea fue de Contre, él se puede portar mal aquí, su papá lo deja, pero en la casa de su mamá es distinto.


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A mí me gustaba el edificio donde vivía el papá de Contre, aún me gusta, desentona con su fachada de ladrillo a la vista, sus balcones amplios y sus ocho pisos; las demás construcciones alrededor del parque de Belén son bajas y dan su cara con diversos colores pastel. Pero este edificio era distinto, era como una torre profunda y angosta que había encallado por error en el parque de ese barrio viejo. Por eso no me gustaban las historias de Contre, los fantasmas pertenecían a otra Belén, a la de las casas bajas, las verjas, los colores pasteles y el granito.

Aun así, cuando ya había reunido fuerzas para ir a donde estaban los demás,  apareció un acuario de fantasmas. Se movían lento, en un compás hipnótico, como pinturas vivas que se deslizaban suavemente por el suelo, las columnas y el techo bajo del parqueadero. Me sentía sumergido en un estanque, mientras ligeras presencias nadaban cerca. Mi sombra pequeña avanzó al compás del acuario, otros fantasmas o los mismos, el claroscuro en el parqueadero de la torre encallada, y todo verdoso y amarilloso y oscuro.


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