Allí, en un arrebato de mi sombra
pequeña, pensé que la culpa la tenía mamá, era ella quien me trajo ese pantalón
café de pana y esa pálida camisa de cuadros, yo quería el jean ancho y la
camiseta grande con las vistosas palabras en inglés que no entendía. Mamá tenía
la culpa de que yo fuera el único que tenía una camisa fajada. Y por qué el
edificio se llamaba Acuario, a mí me
causaba curiosidad, pero todos me miraron entre lástima y desconcierto cuando
les dije que las rejas de la entrada proyectaban sombras como peces en una
pecera, que aparecían y desaparecían, que se movían y nadaban en ciertas
direcciones si la luz se desplazaba.
Seguramente la idea fue de Contre,
seguramente les dijo que me dejaran solo, seguramente les dijo: “Dejemos a gafa solo con su pinta de ñoño para lo
asusten los fantasmas”. A todos les gustan las historias que cuenta Contre
sobre los fantasmas del edificio, dice que las ventanas se abren solas, que los
muebles chirrían y que de noche en el parqueadero hay cosas que se escurren de
las columnas y tocan a los que estacionan los carros. Seguramente la idea fue
de Contre, él se puede portar mal aquí, su papá lo deja, pero en la casa de su
mamá es distinto.
Ver Ibagué en un mapa ampliado
A mí me gustaba el edificio donde vivía el papá de Contre, aún me gusta, desentona con su fachada de ladrillo a la vista, sus balcones amplios y sus ocho pisos; las demás construcciones alrededor del parque de Belén son bajas y dan su cara con diversos colores pastel. Pero este edificio era distinto, era como una torre profunda y angosta que había encallado por error en el parque de ese barrio viejo. Por eso no me gustaban las historias de Contre, los fantasmas pertenecían a otra Belén, a la de las casas bajas, las verjas, los colores pasteles y el granito.
Aun así, cuando ya había reunido
fuerzas para ir a donde estaban los demás,
apareció un acuario de fantasmas. Se movían lento, en un compás
hipnótico, como pinturas vivas que se deslizaban suavemente por el suelo, las
columnas y el techo bajo del parqueadero. Me sentía sumergido en un estanque,
mientras ligeras presencias nadaban cerca. Mi sombra pequeña avanzó al compás
del acuario, otros fantasmas o los mismos, el claroscuro en el parqueadero de
la torre encallada, y todo verdoso y amarilloso y oscuro.
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