jueves, 19 de junio de 2014

La ausencia de (la) (Ga)(r)(za)



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Aquí ya no está, quedan muescas en sus anteriores aposentos, aquella cabeza de adarga española, en un parque con el que comparte nombre, Andrés López de Galarza, en la esquina de la 19 con segunda. Desde allí, con los rasgos metálicos que le labró el escultor Enrique Saldaña, solía imponer su mirada vacía a quienes llegaban al terminal, y quizá con la voz anacrónica del símbolo decía: ¡Qué talle y qué donaire! ¡Qué alto cuello, Galarza! Con la cabeza, el lugar completaba las coqueterías de una desesperada presunción de origen e identidad: aquí el sereno busto del fundador español, allá la primera piedra de la ciudad; cruzando la calle, el monumento a la raza en las curvas de un indio belicoso (al que los hijos de la ciudad le robaron su lanza); en frente, todo un monumento a la tricolor nacional, encaramada a varios metros; a un lado los libreros y al otro las putas. Pero la cabeza ya no hace parte de este cuadro, hace unos años la mandaron para el viaducto del Sena, la reinauguraron con saludo militar y se la pasan limpiándola de los revisionismos grafiteros que le gritan “genocida”.


Ver Ibagué en un mapa ampliado
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HÉLMER PARRA - EL NUEVO DÍA
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Los revisionistas del spray y los del saludo militar saben algo del busto al costado del viaducto. Los revisionistas están al tanto de que era colonizador español y los del saludo militar notan que tenía grado de capitán. Los oidores Góngora y Galarza lo conocían, incluso este último era su hermano. Así encomendaron la cabeza de una expedición a él, el recién por capitán nombrado, don Andrés López de Galarza, contador de la hacienda real en Santafé. La Audiencia Real había olido oro y proyectado caminos por el Valle de las Lanzas; sus ojos de patas largas vieron la expedición como algo necesario. El camino por entre las lanzas de este valle, al que los comedores de carne humana llamaban Combayma, Anaima y Metaima, en lengua de no nuestro señor, fue harto arduo y lleno de aventuras dignas de saberse y contarse[1].

Fray Pedro Aguado fue uno de los que más cercanamente relató este hecho como crónica verdadera, la cual ocupa el libro séptimo de la primera parte de su Recopilación historial. Esta obra es documento y símbolo del proceso de colonización en el llamado Nuevo Reino de Granada[2]. Específicamente, aquel libro séptimo es quizá la narración más emblemática del origen de la ciudad de Ibagué, por supuesto contada en palabras de los conquistadores. Allí el capitán Galarza se gana su puesto como conquistador de ese difícil Valle de las Lanzas y como fundador de Ibagué, punto intermedio entre Santafé y el occidente por el camino del Quindío.

La expedición de Galarza y la narración de Aguado son precursoras del conflicto en la apropiación de la efigie del costado viaducto[3]. Unos pintan la cabeza, otros saludan con honores, unos critican la falta de pertenencia a la ciudad, otros recuerdan la sangre derramada, unos dicen pasado pisado, otros trazan vagos epítetos de los pacificadores, unos piden vigilancia para los espacios públicos, otros atacan la memoria-monumento de la ciudad. El ahora en la memoria conflictiva mestiza hace de la cabeza del capitán un espacio de lucha en el que se enfrentan: la exterminación genocida, la labor fundacional sobre la sangre, la impostura de apropiar directamente lo indígena, la dura devoción en el amar y el odiar simultáneamente lo español, saberse híbrido en el espejo y negarse un poco como parte de una hipocresía fundacional, odiarse un poco, como se odia un poco a la ciudad y a su fatal fundador. La cabeza broncínea de ojos amarillos y llanto bilioso congela una convergencia de sentires discordantes.
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[1] “En el libro sétimo se escribe y trata la población y fundación de la ciudad de Ibagué, hecha por el capitán Andrés López de Galarza, que antes había sido contador de la hacienda real del Nuevo Reino de Granada, en el año de mil quinientos cincuenta, siendo oidores de la Chancillería y Audiencia real del Reino los licenciados Góngora y Galarza.” (Aguado
[2] “La "Recopilación Historial", meritoria obra que fray Pedro Aguado, fraile franciscano de la Provincia de Santafé, redactó a base de sus propias anotaciones y los tratados históricos y apuntes que dejó otro fraile de la misma Provincia, fray Antonio Medrano, constituye una obra básica, indispensable para el estudio de la época de la conquista y población de las tierras de la actual Colombia y de una parte de las de Venezuela […]” (Leer más).
[3] Este conflicto no es otra cosa que el mestizaje mismo, un barroco manierista que implica el claroscuro, la configuración de un odio y de un amor propio, en la imagen del español y del indígena que nunca hemos sido, pero de cuya mezcla somos herederos. Un ejemplo está en el mismo Aguado, quien consideró la evangelización de los indios Cogua como una empresa exitosa; sin embargo, una imagen que recoge fray Pedro Simón, decenios después, es la de un cacique Cogua que en su lecho de muerte dentro de sus manos, que sostienen un crucifijo, está Bochica. Tal imagen resuena en nuestras culturas híbridas, producto de la colonización; Aguado nunca comprendió que no estaba produciendo católicos de contrarreforma, sino que estaba siendo parte de un proceso multiforme de mestizaje, cuya imagen fundadora es la de aquel cacique sosteniendo, simultáneamente, en sus manos y en su fe a Cristo y a Bochica.   

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