La intimidad de la casa (III)
La
casa de América
La mirada abarca parte de la ruta
fúnebre al cementerio por la carrera primera. La mirada se detiene en una
esquina, en una casa cuyo antejardín está lleno de rosas rosadas. La mirada se
acerca a los pétalos suaves y húmedos, al giro manierista de las espinas que
siguen el camino de los delgados tallos. La mirada recorre los marcos de
granito que delimitan la tierra de los rosales, luego entra por la puerta a una
casa de una planta. La mirada salta unas vitrinas llenas de misceláneas y
chucherías, evita el comedor tomando un pasillo que la lleva a tres
habitaciones en galería; por una de ellas se sale a otra habitación y al patio,
donde un loro verde come mojicón con leche. La mirada se da la vuelta y se da
cuenta de que ha sido seguida por un niño de pasos silenciosos, que observa
distraídamente al loro y a un naranjo raquítico que está allí en el patio. La mirada se
aparta cuando una señora aparece y le dice al niño que es de mala educación no
saludar, con dulzura le reprende por la costumbre de meterse por las habitaciones
para salir al patio y no pasar por el comedor, la cocina y la sala para saludar
a todos. La mirada observa los ojos del niño, confusos sobre la entrada a esa
casa, pues si hay dos caminos, el del comedor y el del pasillo de habitaciones,
por qué debe ir por el que está más lleno de gente, besos y preguntas
reiterativas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario