viernes, 20 de junio de 2014

Los Límites del Barrio


Sur: Arkas y Germán E. Arbeláez y Cía.
ἀρχή, esa palabra griega, ya presente en la artificiosa lengua de Homero, con la que se designaba “origen”, “comienzo”. Es posible que le pareciera una buena palabra al señor Arbeláez, un comienzo, un buen comienzo. Fue en los ochenta, la carrera quinta en su recorrido hacia el oriente tomaba el nombre de Avenida el Jordán. A la altura de los años ochenta y de la calle 64 con carrera Quinta, estaban las primeras etapas del Jordán hacia sur, y hacia el norte potreros; algunos de estos terrenos eran de un sujeto llamado Saúl Parra, que todavía figura en las escrituras de esos predios. Entonces, el señor Arbeláez ve allí un buen comienzo, una zona residencial de clase media, una zona que se diferenciara del medio-bajo del Jordán (que ya tenía más de tres etapas para los ochenta), pero que no aspirara a los estratos encumbrados de Piedrapintada, la cual estaba más al occidente. Aparece la sociedad Germán E. Arbeláez y Cía. junto con la constructora Arkas. Por supuesto, es poco probable que la palabra griega haya sido el origen del nombre de la constructora, pero es simpático pensarlo.

Centro: Mamá en el borde del mundo
Solo se habían pasado algunas familias –me cuenta mamá–, fuimos de los primeros, los que inauguramos el barrio; eran unas cuantas manzanas, aquí Los Parrales, pero todo era parte de un proyecto de un señor de apellido Arbeláez… Germán Arbeláez; las Arkas, creo que se llamaba la constructora; ellos también construyeron Arkalucía, Arkamónica y Macadamia, todo residencial, todo pegadito, lo único que estaba cerca eran las etapas del Jordán, arriba la novena etapa y abajo de la Quinta, la primera y la segunda etapa, además, ahí sobre la Quinta en frente de esas etapas del Jordán, montaron Arkacentro, que era, pues, la gran cosa, todo un paseo comercial sobre la Quinta, y allá el señor Arbeláez tenía las oficinas de la constructora; todo eso fue con el paso del tiempo, pero cuando nos pasamos recién, en el 86, y usted nació en el 88, estábamos rodeados de potreros, y solo, solo, esto por acá; cómo será que yo sentía… como si estuviera aislada de la ciudad, como si esto no fuera Ibagué, no teníamos ni teléfono; y entonces lo iba a ver a la cuna, a mi bebé, y le cantaba, le cantaba Los Guaduales, Pescador, lucero y río; a veces no me aguantaba la soledad y cogíamos el Brisas Belén, una busetica que nos llevaba a Interlaken, a donde mi mamá; usted no se imagina, la avenida Guabinal… solo era una calle que era como el límite entre este barrio, Los Parrales, y la novena etapa del Jordán, que recién habían empezado a construir; las calles pavimentadas solo estaban por este sector, de resto eran caminos de tierra y potreros, la carrera quinta era lo único que nos conectaba con el resto de la ciudad, por ahí cogía el Brisas Belén.    

Suroriente: El llano de tierra
A los pasos inseguros del niño los seguía la sombra de la mamá. Atardecía. La cuadra de ladrillo a la vista y puertas blancas permanecía silenciosa. El niño caminaba y miraba, caminaba y miraba, frente a la puerta de su casa, sobre un camino de losas de cemento. Es difícil saber lo que piensa el niño, pero es claro que sus pasos solo llegaban hasta cierto punto y se devolvían. Parecía que el corazón le daba un vuelco, cuando notaba que la inclinación del camino aumentaba mientras sus zapatos lo llevaban hacia delante. A veces, de repente, paraba su andar en el límite justo donde el corazón le brincaba y sus ojos boquiabiertos quedaban anclados en un punto más allá de lo que permitía sus nervios y su mamá. Era cruzando la calle, y luego otra calle, un lote diagonal a su casa; era una extensión ocre, entre tierra y roca, resplandeciente de atardecer. Es difícil saber lo que pensaba el niño, pero allí estaba, absorto, de nuevo, como otras tardes, con la mirada pegada al llano de tierra. –¿Qué miras, amor?– le pregunta la mamá; después de un momento, él se vuelve y sonríe. Lo que pensaba el niño quizá nunca existió, pero años después, cuando del lote vacío surge un conjunto de edificios, el niño recuerda y nombra aquella sensación al mirar aquel llano que atardecía: era vértigo, era como si ese llano nunca acabara, y mis pasos no podían avanzar más, y mis ojos no podían abarcar más, pero terminaba sonriente y mareado.


Occidente: Historia de una caseta
Es diciembre y dos niños se esconden detrás de una caseta metálica. Los niños de la cuadra juegan al escondite después de rezar la novena. En esa misma intemperie nocturna, los adultos hablan animosos de la mañana calurosa en la que pintaron diferentes motivos navideños sobre la calle de la cuadra. Los niños siguen escondidos, pero escuchan los pasos de alguien que se acerca; se miran entre sí, saben que si corren los van a descubrir, así que deciden entrar a la caseta, aun a riesgo de ser descubiertos y regañados por el celador del barrio. Allí acurrucados nadie los descubre; oyen voces, pero no se atreven a levantarse. Escuchan que una señora habla sobre la soledad, los potreros y la seguridad del barrio, otras voces deciden que hay que tener a un celador rondando esas calles, alguien más recomienda un lugar estratégico para poner una caseta. Luego, se oyen risas y comentarios sobre el ayudarse entre vecinos. Suena música, resuenan más conversaciones. Después silencio, silencio y murmuraciones. Entonces, una queja melancólica recuerda unos diciembres en los que cerraban la cuadra y pintaban la calle. Y finalmente, un chillido rabioso rumorea sobre malas miradas y malas acciones. De golpe se abre la puerta, pero desde dentro; los niños ya no caben allí. Cuando se levantan, ven que están en otro lugar, han trasladado la caseta; se ven entre ellos y no se reconocen. Con cautela, se separan.

Rosa de los vientos: Paseando la cicla
Durante una época, una cicla negri-morada-todo-terreno paseaba entre Los Parrales, Arkalucía y Arkamónica. Su transitar era rutinario y monótono, daba vueltas una y otra vez alrededor de las manzanas, luego desaparecía como un fantasma que ha terminado de dar su ronda. La forma del recorrido delineaba los límites del barrio.


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