martes, 24 de junio de 2014
viernes, 20 de junio de 2014
La intimidad de la casa (III)
La casa de América
Rosaleda Rosa |

La intimidad de la casa (IV)
La
casa de Piedrapintada
Un primerazo para el recién-ven-ido
Carrera punteada en 14 paradas
Ver Ibagué en un mapa ampliado
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- Llegas al terminal de transporte. Sientes que ese aire de ciudad te es familiar, impreciso. Sales del edificio, ves la hilera de taxis y de palmeras, la avenida en frente y unos cámbulos al fondo. Caminas un poco, intentando ubicarte, recordando las indicaciones que te habían dado. La ciudad no es tan caliente como te dijeron, en realidad está bastante fresca. Sientes un suave sol de tarde acompañado de unas brisas irregulares. Allí está la camioneta negra, el tipo que la conduce te hace una seña brusca, como una mueca casi atroz.
- –Sabe, no le tocó una tarde caliente y parece que esta noche llueve… Mire, ahí queda la policía metropolitana, antes estaba el cementerio, pero lo bajaron, allá para donde vamos… Aquí vamos por la Ferrocarril, pero en la próxima damos la vuelta y cogemos la primera…
- Mientras el tipo habla, tú sientes una extraña familiaridad en ciertas fachadas de pueblo con avisos de ciudad, en los colores livianos junto a tonos brillantes, en la pintura descascarada, en los ladrillos exteriores llenos de intemperie, en las franjas delineando puertas y ventanas, en los enrejados rectos, o de flor o de rombo, en ciertas puertas abiertas, en ciertas caras entre dormidas y expectantes.
- El tipo habla y tú evitas mirarlo, pues de cuando en cuando se dibuja aquella mueca casi de atroz, ese gesto que te hizo hace un rato, un gesto como si los párpados inferiores se le cayeran y se le unieran a unas comisuras labiales desgarradas y tensionadas, en un par de arcos únicos y brutales. –Esas bajadas que aparecen a la derecha dan a los barrios del sur, al río Combeima… Y por aquí, por la carrera primera, exactamente por esta ruta que estamos haciendo, bajan los entierros… …Por ahí se sale a la variante… …Este es el barrio América… …Y hasta aquí llegamos, este es el cementerio San Bonifacio.
- Al bajarte de la camioneta negra, ves el largo muro blanco del cementerio, separado por columnas de un verde blanquecino y coronado por hileras de balaustres. La camioneta arranca y quedas enfrente de un letrero verde que dice “ENTRADA”. Das un par de pasos y susurras, le susurras algo al letrero de entrada. Das pasos eternos sobre pensamientos dudosos. Miras un aviso amarillo que dice “CEMENTERIO SAN BONIFACIO / SERVICIO DIARIO / 8 AM A 12 PM / 2 PM A 6 PM”. Piensas que ya está tarde, que no hay tiempo para hacer nada.
- Disimuladamente, como si algo te acechara, te alejas del cementerio y remontas la primera a pie. Recorres en dirección inversa la ruta de fachadas, colores, formas, familiaridades. La sombra de la camioneta negra, negrísima, se instala en tus pasos tras el sol de los venados. Un asomo de paranoia, poco menos que eso, piensas.
- Llegas a una estación de servicio. Te detienes allí un momento para ubicarte. Alguien grita tu nombre. El grito suena de verdad, para ti suena de verdad, suena un poco más alto que la sombra de la camioneta. La voz, de verdad, proviene de una cara redonda con bigote que sale de un taxi. Reconoces la voz y la cara.–Pues sí que el mundo es chiquito. Venirnos a encontrar por estos lares, después de’ste jurgo de tiempo… apenas si lo reconocí. ¿Y qué hace por este pueblo? …no, no… esto merece unas polas y unos güaros, súbase a mi cacharro.
- Te subes al taxi y lo único que preguntas es la ubicación del terminal de transporte. Tu viejo amigo, tu olvidado amigo, tu bigotón y carirredondo amigo, indica que estaban al respaldo del terminal. Le dices que solo estás de paso y que necesitas estar cerca del terminal. Tu amigo se ríe. Tú insistes. Tu amigo se ríe. Tú insistes. -Pa’ lo chiquito que es este pueblo… yo lo llevó a la hora que quiera, pero ahorita mismo cogemos pa’l centro.
- La primera, la primera, ese taxi te sube por toda la primera. Piensas que nunca saldrás de esa carrera, una ruta enclavada en el origen de la ciudad, la ciudad es una sola carrera, una sola carrera que se estira desde un cementerio hasta esas ¿bodegas? ¿camiones parqueados? ¿ferreterías? ¿materiales para construcción? ¿cacharrerías? ¿distribuidoras? ¿ventas al por mayor y al detal? ¿comercializadora? Solo una casa te recuerda a la otra primera, la que hace un rato bajaste y subiste, la familiar, la de fachadas bajas.
- – ¡Ah, qué cagada! Si ve, mano, me tocó dejarlo por aquí. Cosas que para qué le cuento. Pero lo dejo en buen sitio. Mire, entre por esa puerta, al fondo hay una escalera. Suba y pregunté por Luis; diga que va de parte mía. Si puedo, ahí le caigo más tarde. Curioso, el color verde ácido, muy limón radioactivo, piensas, y el blanco en las cornisas, en las ventanas. El edificio tiene tres pisos, un largo esquinero de pequeñas ventanas seriales en los pisos superiores; en el primero, locales comerciales, sillas de plástico, comida y bebida. Entras. Preguntas por Luis. Claroscuro y olor de discoteca. Bebes ron. Luis habla y ríe. Luis dice cuak, cuak, y suelta una carcajada. Bebes aguardiente. Luis dice que la noche no ha empezado. Claroscuro, pista de baile, barra de baile. Bebes ron. Te das cuenta de que ya hay gente, los hombres beben, babean los ojos, las mujeres tienen poca ropa y llenan el claroscuro con brillos, bailes y aroma a aceites perfumados. Luis aparece a ratos y hace señas y hace guiños. Te das cuenta de que tienes hambre, te das cuenta de no sabes por qué entraste, por qué preguntaste por Luis. Bebes acompañado. Bebes cerveza. Hablas de grandes cosas. Bebes, orinas y hablas de grandes cosas. Anuncian shows y promociones. Luis trae otra botella y hablas grandes cosas sobre las botellas. Anuncian que la discoteca va a cerrar. Anuncian que el amanecedero va a abrir.
- Bajas por una escalera metálica, cuadrada, y sientes que todo se mueve, como si la escalera apenas estuviera puestecita, enganchada a esas cuatro angostas y alargadas paredes, húmedas y grises, como el interior de una torre llovida, hecha con ladrillos de cemento. Sales a una especie de salón, que más parece una cueva, y sientes que el techo está muy bajo; el olor a humedad y a aceites perfumados. Ahí viene el mareo y lo pasas junto a las escaleras metálicas. Un par de voces suaves y amistosas hablan de hijos y de papilla de plátano. El mareo te hace callar, ya no hablas de grandes cosas, ahora escuchas historias sobre el crecimiento y la papilla de plátano. Las voces amistosas se burlan de ti con amabilidad. Los ojos de las voces parecen cansados entre la mala luz y tu mareo. Te unes a la conversación y escuchas pequeñas cosas, sobre trasteos de emociones, sobre la dureza de los segundos, sobre la cocción de plátano para hacer papilla, sobre los malos modales en la mesa y en la cama, sobre la oportunidad, la fatiga y el aburrimiento. Después de un rato las voces, los ojos, el perfume, la conversación, todo sube por las escaleras, taconeando el resonante metal a través de la torre húmeda. Vas a una mesa y te quedas dormido.
- – Lo dejamos allí en urgencias y ya. Téngalo duro o nos caemos los tres–. Quién te habla, te preguntas, dónde estás, te inquietas, cuáles tres, te confundes. Es una calle desierta y tienes frío. Estás cargando a un bulto que respira, pero no lo cargas solo; la voz que te habló también hace fuerza. Pasa un taxi. El viento que baja por la calle levanta un vago olor como a granja, como a finca, como a comida para pollos. Con la mirada, poco a poco, empiezas a husmear locales cerrados a ambos lados de la calle, productos agrícolas, ferretería, supermercado. Un poco más al fondo hay un edificio largo, blanco, iluminado, que desentona con estas fachadas, casi todas bajas y desgastadas.
- – Bueno, llegamos… ahí lo dejamos, que lo atiendan… nosotros que de buenos samaritanos lo cargamos hasta aquí–. Unas preguntas. No reconoces a quien yace en la camilla. Pasa un rato. Alguien llega y nos agradece. Sales. El otro, la voz con la que venías cargando a aquel desconocido, sale contigo y camina cerca de ti. El edificio no tienen nombre. Sin embargo, antes viste un letrero que decía “CLÍNICA TOLIMA. URGENCIAS”. El letrero estaba como aviso de un parqueadero que estaba junto a la clínica. Tienes frío, es un helaje que baja por la calle, pasa piel, músculo y te hace tiritar los huesos. Ves algunos carros en el parqueadero. Te dispones a irte de allí, cuando el otro empieza a hablar: – Sabe, esta clínica antes fue el Hospital San Rafael, pero hubo muchos problemas, una crisis que no aguantó el buen San Rafael. Por allá a finales de los 70, una sociedad de médicos rebautizó al buen San Rafael como la Clínica Tolima. Sabe, San Rafael es popular, medicina de Dios, salud, el que sana, pero la muerte también sana, sabe. Quizá por eso antes de la Clínica Tolima, antes del Hospital San Rafael, aquí había un cementerio. Ve qué curioso, ¿será buen o mal augurio sanar en tierra de muertos? El caso es que el cementerio lo pasaron para la Ferrocarril, ahí casi en frente del Terminal, donde ahora queda la Policia Metropolitana. Ve qué curioso, esos verdes que caminan la ciudad como jueces de conducta tienen como casa el suelo de una sentencia definitiva. Y bueno, el cementerio terminó abajo del barrio América, el cementerio San Bonifacio. Si usted sigue por toda esta ruta, que es la carrera primera, hacia allá, se encontrará inevitablemente de cara con las tapias blancas del San Bonifacio y, en el camino, con los heraldos negros que nos manda la Muerte / Y el hombre... Pobre... pobre! […] vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
- Volteas a mirar y realmente lo miras por primera vez, la expresión tranquila de la mueca casi atroz, y corres, corres por la primera abajo, en busca del terminal del transporte, un bus te sacará de la ciudad, piensas, de la ciudad que es una sola carrera, de la ruta que hacen los cementerios, entre hospitales, vigilancias, licores, fachadas desgastadas, miradas expectantes, rutas rutinarias, soles de tarde y noches negrísimas. Corres, corres. Un primerazo para el recién-ven-ido.
Y un imaginario musical IV (Subdominante)… En busca del bautista
falling through the light © Sarah Klockars-Clauser / Attribution-ShareAlike |
La instrucción decía “Parroquia san Juan
Bautista. El Jordán II etapa”. Esas primeras etapas del Jordán, una galería de
pequeños recuerdos, ¿recuerdas? El barrio siempre te producía sensaciones
confusas, como antagónicas, pero coherentes en sus propias conexiones,
¿recuerdas? Todo te parecía familiar, cercano, las puertas de las casas
entreabiertas, las caras en las ventanas expectantes del saludo de algún
compadre, las tiendas con olor a arroz acalorado, los niños en los
antejardines, las rejas multiformes, el aire de pueblo cerrado. Al mismo
tiempo, una cierta sensación de extranjería te invadía, como si el barrio
dijera: tú no eres de este pueblo y este pueblo no se hace responsable de los
extranjeros, ¿recuerdas? Una vez, diste
muchas vueltas buscando la casa del tal Camilo, ibas solo y hacía rato que
habías cruzado el límite espacial que permitían tus papás, no encontrabas la
dirección y sonaba un vallenato, dabas la vuelta en una esquina y una señora
aullaba de lo lindo una canción de Darío Gómez, bordeabas un parque y de alguna
casa salía una balada romántica en la sintonía de Tolima FM Estéreo, pensaste
en devolverte y salir de ese laberinto de fachadas variopintas que, en el
fondo, eran todas igualitas.
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Y un imaginario musical III (Mediante)… La colina de las notas sacras
Una tarde, un camino, la carrera sexta
que se empina poco a poco, un camino que se empina hacia el occidente, una
tarde, un camino que va hacia el sol que se oculta naranja; por toda la sexta,
una tarde, se cruza la sesenta, El Limonar, el costado del antiguo hospital del
Seguro Social, acabado ahora, remplazado ahora, referencia a un pérdida de
ciudad y recuerdo vivo de una corrupción embuchada; por toda la sexta, se
delinea una paulatina subida hacia el antiguo, pudiente y almizcloso barrio de
Piedrapintada, construido sobre una pequeña y aparente meseta; a un lado de la
sexta, por el camino que conduce a ese barrio, una colina supone un límite,
alto pasto, densos matorrales, corona de agua, mala metáfora para un tanque del
acueducto municipal.
Y un imaginario musical II (Supertónica)… El parque de la música
Y un imaginario musical I (Tónica)… Soliloquio con el maestro Castilla
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Alberto Castilla Buenaventura |
Los Límites del Barrio
Sur:
Arkas y Germán E. Arbeláez y Cía.
ἀρχή,
esa palabra griega, ya presente en la artificiosa lengua de Homero, con la que
se designaba “origen”, “comienzo”. Es posible que le pareciera una buena
palabra al señor Arbeláez, un comienzo, un buen comienzo. Fue en los ochenta,
la carrera quinta en su recorrido hacia el oriente tomaba el nombre de Avenida
el Jordán. A la altura de los años ochenta y de la calle 64 con carrera Quinta,
estaban las primeras etapas del Jordán hacia sur, y hacia el norte potreros;
algunos de estos terrenos eran de un sujeto llamado Saúl Parra, que todavía
figura en las escrituras de esos predios. Entonces, el señor Arbeláez ve allí
un buen comienzo, una zona residencial de clase media, una zona que se
diferenciara del medio-bajo del Jordán (que ya tenía más de tres etapas para
los ochenta), pero que no aspirara a los estratos encumbrados de Piedrapintada,
la cual estaba más al occidente. Aparece la sociedad Germán E. Arbeláez y Cía.
junto con la constructora Arkas. Por supuesto, es poco probable que la palabra
griega haya sido el origen del nombre de la constructora, pero es simpático
pensarlo.
Centro:
Mamá en el borde del mundo
Suroriente:
El llano de tierra
A los pasos
inseguros del niño los seguía la sombra de la mamá. Atardecía. La cuadra de
ladrillo a la vista y puertas blancas permanecía silenciosa. El niño caminaba y
miraba, caminaba y miraba, frente a la puerta de su casa, sobre un camino de
losas de cemento. Es difícil saber lo que piensa el niño, pero es claro que sus
pasos solo llegaban hasta cierto punto y se devolvían. Parecía que el corazón
le daba un vuelco, cuando notaba que la inclinación del camino aumentaba
mientras sus zapatos lo llevaban hacia delante. A veces, de repente, paraba su
andar en el límite justo donde el corazón le brincaba y sus ojos boquiabiertos
quedaban anclados en un punto más allá de lo que permitía sus nervios y su
mamá. Era cruzando la calle, y luego otra calle, un lote diagonal a su casa;
era una extensión ocre, entre tierra y roca, resplandeciente de atardecer. Es
difícil saber lo que pensaba el niño, pero allí estaba, absorto, de nuevo, como
otras tardes, con la mirada pegada al llano de tierra. –¿Qué miras, amor?– le pregunta
la mamá; después de un momento, él se vuelve y sonríe. Lo que pensaba el niño
quizá nunca existió, pero años después, cuando del lote vacío surge un conjunto
de edificios, el niño recuerda y nombra aquella sensación al mirar aquel llano
que atardecía: era vértigo, era como si
ese llano nunca acabara, y mis pasos no podían avanzar más, y mis ojos no
podían abarcar más, pero terminaba sonriente y mareado.
Occidente:
Historia de una caseta
Es
diciembre y dos niños se esconden detrás de una caseta metálica. Los niños de
la cuadra juegan al escondite después de rezar la novena. En esa misma
intemperie nocturna, los adultos hablan animosos de la mañana calurosa en la
que pintaron diferentes motivos navideños sobre la calle de la cuadra. Los
niños siguen escondidos, pero escuchan los pasos de alguien que se acerca; se
miran entre sí, saben que si corren los van a descubrir, así que deciden entrar
a la caseta, aun a riesgo de ser descubiertos y regañados por el celador del
barrio. Allí acurrucados nadie los descubre; oyen voces, pero no se atreven a
levantarse. Escuchan que una señora habla sobre la soledad, los potreros y la
seguridad del barrio, otras voces deciden que hay que tener a un celador
rondando esas calles, alguien más recomienda un lugar estratégico para poner
una caseta. Luego, se oyen risas y comentarios sobre el ayudarse entre vecinos.
Suena música, resuenan más conversaciones. Después silencio, silencio y
murmuraciones. Entonces, una queja melancólica recuerda unos diciembres en los
que cerraban la cuadra y pintaban la calle. Y finalmente, un chillido rabioso
rumorea sobre malas miradas y malas acciones. De golpe se abre la puerta, pero
desde dentro; los niños ya no caben allí. Cuando se levantan, ven que están en
otro lugar, han trasladado la caseta; se ven entre ellos y no se reconocen. Con
cautela, se separan.
Rosa de los vientos:
Paseando la cicla
Durante una
época, una cicla negri-morada-todo-terreno paseaba entre Los Parrales,
Arkalucía y Arkamónica. Su transitar era rutinario y monótono, daba vueltas una
y otra vez alrededor de las manzanas, luego desaparecía como un fantasma que ha
terminado de dar su ronda. La forma del recorrido delineaba los límites del
barrio.
La intimidad de la Casa (II)
La casa de Interlaken
PUNT-eos
We'll
share a drink and step outside,
An
angry voice and one who cried,
'We'll
give you everything and more,
The
strain's too much, can't take much more.'
New Dawn Fades – Joy
Division
Puntos, marcas, trazos sobre una
textura digital; punteos es una
sección en la que los puntos se agrupan en afinidades espaciales e imaginarias,
un brochazo de indicios con formas textuales. Su argamasa en bruto, el sustrato,
proviene de un múltiple recorrido de los espacios: hay recorrido vivencial
presente, apuntes mentales de un observador atento; hay recorrido de
documentos, datos necesarios que aportan material a cierta comprensión de los
espacios; hay recorrido de testimonios, palabras de vivencia y apropiación de
espacios.
Todo este sustrato en su
posibilidad expresiva va configurando lo que De Certeau llama la enunciación peatonal, cuyas tres
características son: lo presente, lo discontinuo y lo “fático” (110). Este filósofo
francés plantea que el caminante en su apropiación de un orden espacial actualiza
el mismo en la medida en que obra una operación de selección en lo andado; esto
genera un presente que configura una discontinuidad, pues, en otras palabras,
se trata de una edición significativa del espacio (110-111). Así, la enunciación peatonal surge del hecho de que el caminante realmente apropia
una parte de las posibilidades del orden espacial, es decir, se da una relación
entre el horizonte de apropiación de un caminante y el horizonte de
posibilidades de un orden espacial.
Así vista, la labor del caminante
puede llevar su enunciación a la configuración de una retórica del andar (De
Certeau, 111). Del proceso emergen figuras y punteos intenta moldear una que otra. La particularidad de esta
sección es que, a diferencia de las otras donde cada texto es un punto, aquí
cada texto es un grupo de puntos, se piensa como unidad recompuesta de
fragmentos que avizoran un todo, y en la presentación cartográfica son marcadores
conectados en la búsqueda de una figura. De esta forma, en punteos se puede encontrar…
… el recorrer de una sola cuerda,
una sola carrera que determina el sospechoso limbo de un hombre (Un primerazo para el recién-venido. Carrera
punteada en 14 paradas).
… una discontinuidad en el
acercamiento a espacios que tuvieran un aire imaginado de música para pensar el
título de Ibagué, ciudad musical (Y un
imaginario musical en cuatro grados).
… la delimitación de un espacio
vivencial a través de tiempo y sujetos (Los
límites del barrio).
…. la breve construcción de miradas
que en un recorrido exterior-interior penetran en apropiaciones íntimas de
lugares (La intimidad de la casa).
La intimidad de la Casa (I)
La casa de los Parrales
Un camino hacia el Bautista
Ver Ibagué en un mapa ampliado
La comuna 5 surgió en la década del
sesenta con desplazados y dinero extranjero. “Alianza para el progreso” era
nombre oficial del dinero extranjero y “La violencia” era el nombre común para
ese desplazamiento. El Jordán… así fue bautizado el proyecto urbanístico del
que surge aquella comuna[1].
No pudo ser otro nombre, la metonimia mística haría que al menos el sector y
sus habitantes vivieran sobre las aguas de ese nombre bautismal. El sector en
cuestión era parte de la expansión de la ciudad hacia el oriente[2].
Uno de los puntos de crecimiento y conexión partió de la confluencia en frente
del Sena, la cual conforma un nudo hecho por la llegada simultánea de la
carrera quinta, la avenida ferrocarril y la carrera cuarta[3].
De este nudo, se desprenden dos caminos principales: la vía a Mirolindo que
lleva a la Ruta 40 y a la salida sur oriental de Ibagué; y por otra parte, es
el camino hacia el bautista, la avenida El Jordán, continuación de la Carrera
Quinta, vía que termina por conectar aquella comuna naciente con el resto de la
ciudad. Así se va consolidando este sector, y en medio de las aguas de esas
primeras etapas del Jordán inauguran la iglesia san Juan Bautista.
Ver Ibagué en un mapa ampliado
[1] Canclini nos plantea que, además
de calles, casas y parques, la ciudad se configura con imágenes (107). De la
inauguración del Jordán, hay una interesante fotografía en la que el arzobispo
de turno va acompañado de lo que parecen dos diáconos y un presbítero; están de
espaldas en un plano entero y caminan hacia un conjunto de pequeñas casas
seriales de una planta, que están al fondo de la imagen, después de un alto
pastizal (González, 351). Quizá el camino hacia el bautista tuvo su
inauguración en ese entonces, antes de que se alargara la carrera quinta bajo
el nombre de Avenida El Jordán. La imagen es un eco que se repite en el hecho
de que estos hombres portadores de bendiciones son la forma mestiza de la
violencia primigenia con que se fundaron los primeros pueblos en el hispanizado
Valle de las Lanzas.
[2] “El Plan
de Desarrollo Urbano reordena la ciudad en torno a los viales que señalábamos
en apartados anteriores, proyectando la ciudad hacia el oriente a partir de la
Avenida el Jordán, que aparece como una continuidad de la Avenida quinta, y de
la Avenida Mirolindo que se constituye como una continuidad de la carrera
cuarta. De igual manera la ciudad va ampliando su trazado urbano a través de la
urbanización que se da entre los ejes viales […]” (González, 265). Esta
expansión es la que delinea la forma geométrica de la ciudad actual: limitada
al norte y al sur, la ciudad se proyecta como un corredor occidente-oriente.
Así en su forma geométrica habita la fatalidad primigenia de ser una ciudad intermedia
de conexión, el camino del Quindío en el occidente y la ruta hacia la Capital
en el oriente. Sin norte y sin sur la ciudad se ensancha a la espalada de su
bostezo fundador.
[3] Tal nudo
se volvió poco a poco un punto de congestión vehicular, entonces para la década
del 2000 se construyó un puente elevado que conectó la Avenida Ferrocarril con
la Avenida El Jordán. Por debajo de este puente, la carrera quinta desaparece
en una bifurcación, una parte lleva a la Vía a Mirolindo (salida oriente de la ciudad)
y la otra parte pasa por debajo de un puente, que antaño fuera el camino del
ferrocarril, y transforma en la carrera 2ª; esta ruta un tramo más abajo
conecta con la Avenida el Jordán y es paso obligado de la busetas que vienen
del occidente por la Quinta y van a tomar La Jordán hacia el oriente.
Si un observador distraído en la plazoleta Darío Echandía
Al fondo, una palmera de la plaza Murillo Toro se delinea sobre los edificios y el cielo. Más cerca, un viento suave se desliza por el callejón de la biblioteca Darío Echandía. Con el nombre de la biblioteca como espaldar, una chica contiene con fuerza un llanto que se le fuga entre las manos cuando tapa su cara. El fresco de la noche va bajando sobre el asiento caluroso de la tarde. Sobre el escenario de la plazoleta, un presentador despide una intervención musical con nombre de música sacra, a cargo de unos de niños con camisetas blancas. Saliendo de la plazoleta, los niños intérpretes y sonoros, entre risas, una tambora y una guitarra, hablan de sus nervios e ignoran, al igual que aquel presentador, por qué se les presentó como música sacra. Huele a lluvia evaporada. Tomando el escenario de la plazoleta, una señora anticipa el próximo evento de una fundación con nombre latinesco.
Abandonado el escenario y armando corrillo, aquella señora junto a otras hablan sobre la proyección de la fundación, dicen que podrían hacer un baile realmente bueno, mencionan un par de nombres obscenos y se persignan. Cerca de la charla de las señoras, un niño de camiseta amarilla hace rebotar un balón inconsciente, la esfera no comprende su espacio, salta descontrolada, los pies del niño interceden, un silencio seco se escucha cuando el balón rebota en un transeúnte apurado. Tras las entrecortadas palabras del molesto balonazo, aparece un elegante perro peludo que lleva el ritmo del caminado de su dueña. Con paso distraído sobre el viento de la tarde, un perro pardo husmea un par de bancas y bebe agua de un charco iluminado por las recién encendidas farolas del callejón. Siguiendo el paso de la dignidad, el perro pardo comienza a saltar alrededor del perro peludo, mientras este anda con aire de aladas patas. Del costado del escenario de la plazoleta, sale un humo contento que exhala un tipo de jeans y que persigue un sujeto harapiento. A los pies del humero, pisquero y yerbero, cae un rebote del balón de aquel niño de camiseta amarilla, quien al recogerlo es jalado por una señora materna que lo regaña por acercarse a ese humero, ya que está bien dar balonazos a los transeúntes, pero no aproximarse a esos indeseables. Al fondo, apenas se desdibuja una palmera de la plaza Murillo Toro. Un vigilante de la biblioteca que cierra sus puertas a las seis de la tarde, amonesta a unos jóvenes sentados en las gradas más próximas a la entrada de su vigilancia. Un tipo de camisa a cuadros se sienta al lado de la chica que tenía como espaldar el nombre de la biblioteca; se miran. Atrás de una de las bancas está escrito un oscuro graffitti: “Un cuervo estará frente a tus ojos mientras duermes”. La ciudad sigue su atardecer, si un observador distraído…[1]
[1] "El uso define el fenómeno
social mediante el cual un sistema de comunicación se manifiesta en realidad;
remite a una norma. Tanto el estilo como el uso apuntan a una "manera de
hacer" (de hablar, de caminar, etcétera), pero uno como tratamiento
singular de lo simbólico, el otro como elemento de un código, Se cruzan para
formar un estilo del uso, una manera de ser y una manera de hacer." (De
Certeau, 112)
La Urbanización de un Parque
Antes era más oscuro, el parque y sus habitantes eran una sola noche, una sola mancha negra interrumpida, cada tanto, por un opaco y discontinuo alumbrado público. Antes, se caminaba invisible entre otras respiraciones, calladas, que inhalaban el humo de un porro o de un suspiro. Antes, las horas de oscuridad en el parque de Arkalucía se vivían como la noche. Entonces, en el amanecer del nuevo milenio, de los potreros comienzan a emerger los bloques residenciales Millenium; atrás, en la esquina maldita de la 64 con Jordán, donde nada prosperaba, ancla sus curvas una M con los colores amarillo, verde y rojo, el tricolor ibaguereño, la M corresponde a Multicentro, un centro comercial moderno; y a media cuadra de allí, por la 64, se comienzan a levantar las torres y las rejas del Club Residencial Multicentro.
Al surgir las construcciones, el parque se volvió escampadero de jovencitos que deambulaban por la nueva zona de moda; la luz de los bloques residenciales reconfiguró la visibilidad nocturna del parque; unas sendas de cemento en-rutaron pasos cotidianos. Ahora, se ha tranquilizado la moda inicial y el río de jovencitos, pero el espacio se ha visibilizado, se ha iluminado, se ha normalizado. El humo de porro nocturno y místico es ahora de todas las horas; ya no hay espectros peligrosos y callados, sino grupos jóvenes y dicharacheros que rotan el día y la noche en la risueña de la yerba. Quizá se trata de la acomodación de la luz, quizá la urbanización sea solo el manejo de la luz.
La frontera de un Centro Comercial
1. Es
la noche de un viernes caluroso y algo húmedo.
2. Hace
unos meses que han inaugurado el nuevo centro comercial[1].
2.1. Este
es un verdadero centro comercial[2].
2.1.1. Pisos
pulidos
2.1.2. Mediaciones
de marcas famosas
2.1.3. Apariencia
de espacio público
2.1.4. Salas
de cine seriales
2.1.5. Plaza
de comidas estandarizada
2.1.6. Tiendas
de cadena
3. Una
masa de jóvenes llena la entrada oriental, las escaleras, los quicios.
3.1. La
masa es en apariencia estática.
3.1.1. La
cantidad de cuerpos se confunden.
3.1.2. Los
cuerpos intercambian lugares en el espacio.
3.2. La
masa apropia espacio privado como si fuera público[3].
3.2.1. Los
jóvenes son consumidores de espacio, no de productos del centro comercial.
3.2.1.1.
Los jóvenes consumen el
valor del espacio, como espacio nuevo, como espacio de moda.
3.2.1.2.
Los jóvenes potencian
el espacio de moda, para consolidar dinámicas de comunicación y encuentro.
3.2.2. Los
jóvenes muchas veces están en silencio, hacen comentarios silenciosos, están
ahí y no se van.
3.2.3. Otras
veces hay charla bulliciosa y hay licor compartido.
3.2.4. Las
personas extrañas a esa dinámica o evitan esa entrada o la surcan como un
espacio de desconfianza.
4. Esos
viernes fueron cesando, la masa se fue disolviendo.
4.1. El
problema de la moda espacial.
4.1.1. Los
jóvenes estaban por el contacto, por la novedad de ese espacio comunicante[4].
Ver Ibagué en un mapa ampliado
[2] “Desde finales de los setenta,
los centros comerciales entran a definir nuevos espacios públicos de la ciudad.
Allí se va a comprar y a estar. Los diferentes comercios que se establecen en
su interior articulan nuevos puntos de encuentro” (González, 309). Si desde
esta década ya se estaban configurando estos espacios urbanos, para Ibagué
Multicentro plantea el juego de construir un símbolo cosmopolita con marcas nacionales
e internacionales, que evidencia la diferencia con lo local. De esta forma,
comienza a desplazar espacios como el Centro Comercial la Quinta, que termina
un poco aislado y pasa a ser espacio para oficina.
[3] Minkowski, leído y citado por
Bollnow, habla del espacio diurno como algo claro, transparente y preciso, un espacio socializado que termina por
revestir el carácter de lo público (196). Las luces del centro comercial son
una simulación de ese espacio diurno de sociabilidad; en la noche el brillo de
ese capital privado simula la claridad de un espacio vivencial que puede ser
apropiado en la seguridad de las luces y las marcas. Son los jóvenes,
desocupados y sin dinero que gastar, los que apropian la entrada como un rincón
privado, una masa de códigos oscuros y con alguna cerveza, sin mucha
conversación y mucho de estar-ahí.
[4] “La idea de “lugar” es la
categoría más representativa cuando hablamos de los espacios públicos. El lugar
llega a tener un significado colectivo por su reconocimiento y, por lo tanto,
es un generador de sentido en la vida urbana, escenario de deseos y proveedor
de huellas en la comunidad, por la intensidad de las interacciones que allí se
desarrollan” (Pérgolis y Moreno, 98). Es interesante observar, a partir de esta
conceptualización de lugar, que la entrada del centro comercial se transforma
en un espacio público, a pesar de que no lo es en sentido estricto. Los jóvenes
construyen un sentido colectivo en el encontrase ahí; los primeros meses
después de la inauguración la entrada al centro comercial era un archipiélago
de grupos de jóvenes, todos por el estar-ahí, el estar-con, el mirar-a, la
posibilidad de encontrarse-con. Nora Mesa en su reflexión sobre las nuevas
espacialidades y significación de lo pública presenta que “Los centros
comerciales son definidos como las “nuevas catedrales”, los nuevos espacios
públicos que albergan la recreación, el sentido del deambular y el transitar de
la calle, con la seguridad que le brinda el contenedor que inhibe su uso a
otros pobladores, y que promueve los nuevos elementos simbólicos del encuentro:
las esquinas, las intersecciones, los “malls” y terrazas de comidas, las
plazoletas cerradas, los pasillos, el almacén, el cajero, la entrada por la calle o por la carrera. Los nuevos sentidos de
circular y permanecer, la posibilidad de sólo mirar, el voyerismo y el espectáculo
de los cuerpos, los peinados y la moda.” (126). El resaltado, que es el mío,
resulta interesante en cuanto a que es un punto de encuentro, pero es un punto
de encuentro fronterizo en el que público y privado se confunden en la
apropiación (no en lo urbanístico); aun en la dinámica inicial de esa entrada
se daban ocasiones en que ese punto fronterizo no representaba la seguridad del adentro del centro
comercial.
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